En lo que sigue se ha colocado la particular visión y posición conceptual del Dr. Hugo Lerner acerca del Psicoanálisis Contemporáneo.
Qué es un psicoanálisis
contemporáneo
“Una vez, en Yale, dije que usaba la palabra
verdad sin quotation marks….a mí me parece obvio, en el sentido de que no es
que yo proponga una versión ingenua de verdad.
No lo creo en absoluto. Me peleo por las fuentes contra los positivistas
ingenuos y los escépticos. Me parece que el
escéptico es un ingenuo o falso ingenuo. Pero la realidad existe y la
realidad de la muerte existe también para quienes la niegan [...] Encontrar el futuro en el presente…tiene algo
de verdad, debemos comprender lo nuevo que toma forma, y eso ya es algo que se
vuelve hacia el futuro”
Ginzburg
, 2010.
¿Qué significa un psicoanálisis
contemporáneo?
Más allá de que es un concepto muy abarcativo, podemos afirmar,
para empezar, que el psicoanálisis contemporáneo debe ser en principio
indagador, contestatario, cuestionador e irreverente. Palabras que tal vez resulten un poco fuertes, pero
precisamente, las uso adrede, porque Freud fue en su momento un contemporáneo,
¡y vaya si fue irreverente, provocador y contestatario frente a lo que era el
contexto de su época!
La propuesta contemporánea no
puede ser otra que la que contenga y tome en cuenta el contexto socio-histórico
donde se desarrolla el saber. Históricamente —y esto importa cuando el
pensamiento contemporáneo está ausente— el psicoanálisis estuvo muchas veces
fijado, detenido, congelado, con señales de atemporalidad y de inespacialidad
que teñían su teoría y su práctica. Nada cambiaba, tanto la teoría como la
clínica eran atemporales y al parecer indiferentes al lugar y a la época en que
se desarrollaba y se lo ejercía.
Si nos convertimos en
“activistas” cuyo propósito es introducir miradas y teorías nuevas,
inevitablemente vamos a convertir ese psicoanálisis congelado en algo
contemporáneo y vital, como lo han hecho tantísimos autores.
Para muchos, no cabe la menor
duda de que el psicoanálisis es una herramienta muy fuerte que se ha instalado
con potencia en la cultura. El problema es que numerosos psicoanalistas han
querido defender lo que algunos llaman la pureza del psicoanálisis. El
inconveniente es que con frecuencia se transformaron en practicantes casi
religiosos, talmúdicos. Y esta tendencia es a veces seductora, porque nos deja
tranquilos con un modo único de pensamiento —como sucede con cualquier doctrina
basada en la fe que elimina las interrogaciones—. La única manera de
contrarrestar este indudable peligro reside en aceptar el diálogo con
diferentes modelos y no encerrarse en una sola parroquia. Debemos debatir con
las diferentes teorías psicoterapéuticas, así como con la psiquiatría, la
antropología, la sociología, la política, etc.
Innegablemente, el psicoanálisis
privilegia la singularidad del sujeto, y esta posición ha generado una polémica
acerca de hasta qué punto puede ser adecuado o no para generar un modelo más
amplio de la salud mental. Yo creo que ofrece múltiples aproximaciones, y a los
que practicamos el psicoanálisis esto nos aparta del lugar, a veces incómodo y
perturbador, de sentirnos abroquelados en el consultorio creyendo que lo que
hacemos es escaso y exiguo, porque no podemos atender nada más que a un
paciente por hora analítica. Hay una frase que siempre me ha gustado y que se
cita con frecuencia: Salvar a una persona es salvar al mundo. La menciono en el
sentido de que el psicoanálisis puede permitir pasar de lo singular a lo
general. Si comprendemos netamente la metáfora, cabe deducir que a partir de
cierto “movimiento psicoanalítico” —que no es una idea megalomaníaca— podemos
posicionarnos como agentes de la salud y transmitir un psicoanálisis abierto,
capaz de ayudar a gran cantidad de gente en la medida de nuestras posibilidades
y de las posibilidades de otros agentes de la salud beneficiados por los
hallazgos psicoanalíticos.
Los psicoanalistas no debemos
creernos portadores de la verdad única que todo lo explica, a riesgo de
convertir nuestra disciplina en un dogma que lleve al encierro, con una
dinámica y una estructuración semejantes a las de las prácticas religiosas, con
rituales y guiños propios. Es justamente lo que ocurre en muchas instituciones
psicoanalíticas. Recuerdo una anécdota que contaba Pichon Rivière: señalaba que
cuando iba a una reunión social en la que había personas que se analizaban,
observando a los concurrentes podía vislumbrar con quién se estaba analizando cada
uno. Obviamente, en esto estaban en juego las identificaciones, pero también la
repetición de señales y consignas que indicaban la pertenencia al micro grupo.
Quisiera vincular mi planteo con
la libertad creativa en el pensar psicoanalítico y postular que debemos
alejarnos de toda tentación de establecer pautas “religiosas” rígidas, sagradas
y ritualizadas. Como dice Steiner (1974), ser “nostalgiosos del Absoluto” nos
llevará a encerrarnos en nuestra disciplina y a una repetición esterilizante.
Una persona dogmática no
interroga nada porque le genera temor. Creo que, por el contrario, un
psicoanalista nunca debe tener temor a preguntar. No debe obturar rápidamente
en la clínica lo que el paciente dice con un “interpretazo” (como me gusta
llamarlo) derivado de una teoría a la cual adscribe con idolatría. Si uno es
dogmático, cae fácilmente en
“interpretazos”, mientras que si no lo es, podrá obrar con paciencia y
tolerancia frente a la expectación, sin estacionarse en lo ya “sabido y no
pensado” (Bollas, 1987).
Hay entre los psicoanalistas una
diferencia que para mí resulta central:
una enorme mayoría de los colegas continúa con enfoques, teorías,
especulaciones como si nada hubiese cambiado en cien años; por otro lado, felizmente,
muchos otros circulan, luchan, se interrogan. Estos últimos han ido instalando
en sus agendas, o intentan hacerlo, un ensanchamiento del campo de aplicación
del psicoanálisis, con la esperanza de que esas intentonas no estén condenadas
a la derrota. No pocos de los máximos teóricos del psicoanálisis se han
agrupado en una suerte de unión en defensa de los intereses comunes para dar
respuesta a las problemáticas que la práctica nos plantea.
Dr. Hugo Lerner